Parménides: la vía de la opinión. Por Carlos A. Casali
Si damos por correcta la división del poema de Parménides en tres partes, de acuerdo con los fragmentos o citas conservados (proemio, frag. 1; vía de la verdad, frags. 2 a 8; vía de la opinión, frags. 9 a 19), podríamos intentar ahora explorar un poco la tercera parte: la vía de la opinión. Y para hacer posible esta exploración, podríamos tomar como sugerencia la tesis de Néstor Cordero de que sólo hay dos vías posibles: “o se sigue el camino de la verdad (alétheia), que se apoya en una tesis irrefutable y necesaria, o el pensamiento se reduce a opiniones (dóxai, plural de dóxa) vacías y contradictorias”. Sin embargo, antes de seguir por ese camino, creemos conveniente trabajar un poco mejor la afirmación según la cual “la presentación de la posibilidad hipotética que razona como si lo que está siendo no existiese, es la doxa” (Néstor Luis Cordero, Siendo, se es: la tesis de Parménides, Buenos Aires, Biblos, 2005, p. 173). ¿Qué significa pensar (o razonar) que lo que está siendo no existe? ¿Cómo y en qué sentido es posible pensar el ser como no siendo?
La respuesta a estos interrogantes nos la brinda el mismo Cordero un poco más adelante: lo que Parménides muestra en la vía de la opinión es “el aspecto oculto del virus que suele contaminar el pensamiento filosófico” y con esto se refiere a que “nadie admite abiertamente […] que no hay nada, que lo que está siendo no es”, y, sin embargo, “la costumbre inveterada nos lleva a relativizar el hecho de ser, a creer que él se agota en ‘las cosas’ (=’los entes’, en griego)” (p. 174). Creemos ver aquí una confirmación de nuestra interpretación del poema de Parménides según la cual la vía de la verdad sigue el camino del ser que se desoculta al pensar mientras que la vía de la opinión discurre con palabras entre la diversidad del ente sin advertir que el ente (sustantivo) es por el ser (verbo) y, como consecuencia de no advertirlo, la vía de la opinión discurre confundiendo el uno (el ente) con el otro (el ser) y, también, el nombrar (el ente) con el pensar (el ser). La condición de posibilidad de esta confusión estaría, según nuestra interpretación, en que el ser es en el ente y es el ente (pero el ente no es el ser) y en que el pensar piensa en y a través de las palabras o los nombres (pero las palabras o los nombres no son el pensar): el no advertir esta diferencia constituye “el orden engañador” que caracteriza la vía de la opinión (frag. 8, 52).
Si esto es así, se puede entender mejor, creemos, por qué la diosa desconocida se ocupa en enseñarle a Parménides no sólo la vía de la verdad sino que le muestra también la de la opinión (frag. 1, 30-32; 8, 51-61; 9 y ss.). Puesto que la vía de la opinión no constituye un mundo falso hecho de apariencias (cuyo sustento ontológico sería la nada o el no ser) sino que tiene la misma consistencia ontológica que la vía de la verdad aunque según un orden imposible de pensar y de decir, entonces, el pensar se encuentra ante la disyunción de dos vías (y agregaríamos aquí, respecto de lo mismo): por una vía dice (de lo mismo) que es según la verdad; por la otra, dice (de lo mismo) lo que parece según el nombre y la opinión habitual; sólo que, en este caso, se trata de un decir sin pensar, puesto que “es lo mismo pensar y ser” (frag. 3) y que el sendero del no ser “es completamente incognoscible, pues no conocerás lo que no es (pues es imposible) ni lo mencionarás” (frag. 2, 6-8).
Pero, entonces, ¿de qué habla la doxa?, ¿cuál es su sustento ontológico? O, como lo plantea Cordero “¿sobre qué son las opiniones?”. La respuesta que da Cordero es que “para Parménides el ‘objeto’ de las opiniones es lo que es, el ser”. De allí concluye Cordero que “el auténtico filósofo […] y los mortales que nada saben […] comparten el mismo objeto de estudio” (p. 177, el subrayado es del autor). La doxa, entonces, habla del ser, de igual manera que lo hace la verdad, sólo que, mientras la doxa dice del ser lo que es manifiesto a la luz del día y está presente ante la opinión (pública), la verdad dice del ser su lado oscuro, no manifiesto ante la opinión o el discurso de los mortales pero presente al pensar. Veamos entonces cómo habla y como piensa la doxa.
El fragmento 16 dice lo siguiente:
“así como en cada ocasión hay una mezcla de miembros pródigos en movimiento, así el pensamiento (nous) está presente en los hombres. Pues, para los hombres, tanto en general como en particular, la naturaleza de los miembros es lo que piensa (phronei); pues el pensamiento (noema) es lo pleno”.
Respecto de este fragmento, Cordero hace la siguiente interpretación: si el pensar es siempre el pensar del ser, entonces, de “una construcción doble y ‘conjuntiva’ no podrá surgir sino un pensamiento doble y ‘conjuntivo’” (p. 185); es decir, una doxa que no discrimina la disyunción que plantea el fragmento 2 entre el es y el no es. Gómez-Lobo, por su parte, remite a la interpretación de Teofrasto: “Parménides identificó el pensamiento y la percepción aplicando la misma teoría explicativa a un caso límite de la percepción sensible, al caso de un muerto. Puesto que la muerte consiste en la pérdida del calor (de la luz, en terminología parmenídea estricta), el cadáver –en virtud del principio similia similibus- no puede percibir ni la luz, ni lo caliente ni sonido alguno, pero sí percibe lo frío, el silencio y los demás contrarios” (A. Gómez- Lobo, Parménides, Buenos Aires, Charcas, 1985, p.198).
Entonces, la vía de la opinión es la que corresponde a “los mortales que nada saben, bicéfalos…” (frag. 6, 4) y esto puede ser entendido en el sentido que, con cierto anacronismo, si decimos que “el sujeto” de la opinión es el ser mortal, entonces la opinión misma está sometida a la condición ambigua que porta el sujeto que le corresponde: ser mortal significa vivir o existir de tal modo que lo otro de la vida, su negación, está mezclado con la vida misma; del mismo modo que, en la opinión, “el camino […] vuelve al punto de partida” en la medida en que se considera que “ser y no ser son lo mismo y no lo mismo” (frag. 6, 8-9). Mientras el hombre es hombre, es decir mortal, está sometido a la ley de la inestabilidad de la vida y su vía es inevitablemente la de la opinión; pero puede tener también el anuncio o la revelación de una vida, que no es humana ni mortal sino divina, que le muestra un camino que “está fuera y separado del sendero de los hombres” (frag. 1, 27) y que tiene sentido para el hombre precisamente por ser mortal.
1 comentario:
Buen comienzo
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