Parménides: los agonistas del atardecer. Por Guillermo Amaral
A diferencia de la mañana, y el mediodía, en que bajo la plenitud de la luz solar, las cosas resplandecen en sus variadas formas, distinguiéndose, unas de otras, al atardecer, las sombras de la noche, las van revistiendo de una inequívoca serenidad. Pero ésta trascendente uniformidad de las sombras, en que las cosas se van cobijando, permite aún distinguirlas unas de otras. He ahí, el ciprés junto al muro, o la terraza con la ropa aún tendida de una casa, y más allá el perfil de un edificio. Los entes, las cosas, aún tienen su tenue forma diferenciada en la uniformidad de las sombras que las van absorbiendo. Son como agonistas, combatientes que desean desinvestirse de su sustancialidad solar, y van así, como en un carro tirado por las yeguas parmenídeas, hacia dónde se hace patente el mayor desocultamiento del ser. Como señala Carlos Casali, al darle junto a Gomez-Lobo, una interpretación iniciática y no alegórica al poema de Parménides, la noche también según la Teogonía de Hesíodo, sería el acontecimiento de la aletheia, donde el ser resplandece en la noche primigenia, engendradora del día, lugar prevalente del decir sobre lo dicho, de la enunciación sobre el enunciado, según también nos ilustra Ricardo Sarmoria. Ricardo, por último, formula la inquietante pregunta sobre porqué, el poetizar, en el decir de Heidegger, debería instaurar el ser en la palabra, cuando ya ésta y de antemano es la casa del ser. La respuesta que Ricardo pone a nuestra consideración es que el decir, está corrupto en su esencia, por el dominio del ente, y que en su condición de útil, oculta la altura del ser que le incumbe esencialmente. Es por ello, si entiendo bien a Ricardo, que el no ser puede decirse, es decir que el no ser puede decirse como ente. Pero, yo quisiera agregar, que a mi modo de ver, el decir no puede no ser capturado por el ente para que el ser sea dicho en su ocultamiento, pero también, sin duda es cierto, que los agonistas del atar-de(l)ser, procuramos en el poetizar, instaurar la verbalidad de la palabra, desustancializándola, desgajándola de la proposición apofántica atributiva para postrarla en la denotatividad desnuda del ser. La poesía, como todo arte, es en ese sentido nocturna, porque muestra en la intuición inmediata de su decir, el decir mismo, y nunca lo dicho. Es la verbalidad del verbo, que implosiona en el interior de sí mismo, y que luego se muestra en la absoluta pobreza de su significación entitativa, como mística tautología. Sólo el arte y el pensar que no es el conocer, pueden hacer hablar al hablar mismo, más allá de su inmediata indeterminación.