Parménides: de la oscuridad del ser al ente luminoso. Por Carlos A. Casali
Tomando como punto de partida la hipótesis planteada por Alfonso Gómez-Lobo de que el viaje que Parménides narra en el proemio de su poema lo lleva de la luz (Día) a la oscuridad (Noche) y no de modo contrario como sostienen las interpretaciones usuales (véase A. Gómez- Lobo, Parménides, Buenos Aires, Charcas, 1985, p.11), nos proponemos aquí hacer un recorrido del poema tomando esa sugerencia como clave de lectura.
De acuerdo con esta clave de lectura, tal vez se pueda explicar mejor o de modo más convincente el tipo de relación que establece Parménides entre la ignorancia y el conocimiento, la verdad y el error, el camino del ser y el camino de la doxa. Néstor Cordero, por ejemplo, sostiene la versión “más tradicional” e interpreta el viaje narrado en el proemio según una dirección que va de la noche al día y, a partir de esa lectura, afirma que “la analogía entre la oscuridad y la ignorancia es más que evidente” y remite al uso alegórico que hace Platón con la imagen de la caverna para rematar la observación con que “quien desea conocer ignora la verdad, y su mente está oscurecida, velada. Así y todo, esta ausencia total de conocimientos posee en potencia todo el saber” (Néstor Luis Cordero, Siendo, se es: la tesis de Parménides, Buenos Aires, Biblos, 2005, p. 44, el subrayado correponde a Cordero). Esta interpretación del sentido y dirección del viaje de Parménides nos plantea el siguiente interrogante: ¿qué otra cosa significa esta idea de que la ignorancia o el desconocimiento posea “en potencia” la totalidad del saber, sino que, de alguna manera, el conocimiento está contenido en el desconocimiento y, de alguna manera también, depende de él, como la luz de la oscuridad o el día de la noche? Este “en potencia” no puede tener en Parménides el significado de una pura nada, de una “ausencia total” (de conocimiento), sino más bien el de fuerza impulsora o fuente. Entonces, el saber (según el camino de la verdad) no surge de un no saber sino de un otro saber que lo alimenta, como el día se nutre de la noche. El viajero de Parménides que recorre un camino no es equivalente al prisionero de Platón que sale de la caverna (de hecho, más adelante, Cordero sostiene que “Parménides no es Platón, que distingue entre ‘ser y aparecer’”, p. 46).
Entonces, tomando como clave de lectura del poema la sugerencia de que el viaje va en la dirección del día hacia la noche, podríamos decir que el conocimiento comienza allí donde hay un otro conocimiento, el de la doxa, constituido por las opiniones de los mortales (¿sería demasiado anacrónico decir “la opinión pública”?); un conocimiento que se constituye a plena luz del día, es decir en el ámbito en donde transcurre la vida cotidiana de los mortales que se dicen mutuamente y también para sí mismos cómo es el mundo que los rodea según los nombres que les ponen a cada cosa conforme con la diversidad de los entes. Presentes, justamente, a la luz demasiado visible y obvia de lo cotidiano que teje, sin embargo o por eso mismo, la trama un “orden engañador” (frag. 8, 52). El conocimiento según la doxa engaña, porque se detiene en lo presente según la ley de un discurso que se limita a poner nombres en las cosas (entes) según la claridad que el propio discurso compartido y habitual es capaz de proyectar; la obvia evidencia de las cosas impide ver lo que está a la sombra y desde lo oscuro lo determina: que las cosas (los entes) son y que el conocimiento según la verdad no es el que sigue el hilo conductor de las palabras vacías de sentido sino el de la experiencia del ser en el pensar (noein). Todas las cosas son, pero no como dice la doxa según su desordenada diversidad hecha de los pareceres (dokounta) de los mortales, sino que son según el orden del ser que, por su parte, no es una cosa (un ente) privilegiado que esté por encima o en otro plano (metafísico) respecto de las meras cosas cotidianas sino, más bien el oscuro horizonte de sentido desde donde alumbra el desocultar (la verdad).
De esta manera, si aceptamos que el conocimiento que la diosa desconocida le trasmite a Parménides es un conocimiento nocturno o subterráneo, escondido, entonces, se comprende por qué ese conocimiento deberá abarcarlo todo: “el corazón imperturbable de la persuasiva verdad” y “las opiniones de los mortales” (frag. 1, 29-30); es decir, no sólo lo que está desoculto y a la luz del día entramado por la opinión (doxa) sino que también, y esto en primer lugar, lo que permanece oscuro y oculto constituyendo la trama íntima de esa desocultación, su verdad. Ese conocimiento fundado en la opinión se refiere a las opiniones o pareceres (ta dokounta) que “habrían tenido que existir/ser genuinamente (dokimos), siendo en todo (momento) la totalidad de las cosas (onta)” (frag. 1, 31-32). Gómez-Lobo comenta: “las apariencias [en el sentido de los pareceres o las cosas que les parecen o aparecen a los mortales], a lo largo de su existencia temporal, es decir, a lo largo de la totalidad del tiempo, constituyen la totalidad de lo que hay” (p. 46). Dicho en otros términos: el ser se desoculta en la totalidad del ente y lo desoculto del ser, lo que está presente a la luz del día es la totalidad del ente, mientras que el ser permanece oculto en lo oscuro de su presentar. ¿Qué significa esto? Que el desocultar, lo mismo que el ser y el presentar, tienen un sentido verbal, una potencialidad o virtualidad, un exceso de significación que se deja ver mejor con la metáfora de la noche que con la del día, a diferencia de los sustantivos o las sustantivaciones correspondientes (lo desoculto, el ente o lo ente, el presente o lo presente) que tienen un una significación acotada y una visibilidad que podríamos llamar diurna.
Terminado el proemio, la diosa desconocida trasmite un relato (mythos): sólo hay dos caminos para pensar (noesai), el del es/hay (estin) y del no es/no hay (ouk estin); sólo hay pensar en el camino del es, mientras que el camino del no es es intransitable (frag. 2). Dicho en otros términos: sólo hay pensamiento referido al ser y al movimiento de su desocultación, “pues lo mismo es pensar (noein) y ser (estin)” (frag. 3) y “lo ausente (apeonta) está presente (pareonta) para la mente (nous) (frag. 4, 1) porque el ser es presencia en el ente según un movimiento que va de la ausencia al presente (ente) a través del presentar; pensar es hacer presente esa oculta ausencia del ser. Y como el es lo abarca todo pues todo es y no hay nada que no sea y así se ofrece al pensar “es común (xynon) para mí donde comience, pues allí volveré nuevamente” (frag. 5), a diferencia del conocimiento o la experiencia del ente que se dispersa en la diversidad de los presentes que, para ser precisamente presentes, no tienen nada en común (cada cosa/ente es nombrado en su irreductible identidad: “idéntico a sí mismo, pero no idéntico a lo otro”, frag. 8, 57-58).
Llegados aquí, retornemos a la disyunción de los caminos (odos) planteada por la diosa desconocida a Parménides. En el fragmento dos: de un lado, el camino de la persuasión según la verdad (desocultación): “que es y que no es posible que no sea”; del otro, el sendero que nada informa: “que no es y que es necesario que no sea”. En el fragmento seis: “es necesario que lo que es para decir y para pensar sea, pues es posible ser y la nada no es […] pues tu comenzarás [sigo aquí la sugerencia de Cordero] por este primer camino de investigación, y luego por aquel forjado por los mortales que nada saben, bicéfalos, pues la carencia de recursos conduce en sus pechos al intelecto (nous) errante. Son llevados ciegos y sordos, estupefactos, gente sin capacidad de juicio (akrita), que consideran que ser y no ser son lo mismo y no lo mismo”. Se trata en esta caso de “una senda revertiente o que vuelve al punto de partida (palintropos, que vuelve atrás).
Llegados aquí, retornemos a la disyunción de los caminos (odos) planteada por la diosa desconocida a Parménides. En el fragmento dos: de un lado, el camino de la persuasión según la verdad (desocultación): “que es y que no es posible que no sea”; del otro, el sendero que nada informa: “que no es y que es necesario que no sea”. En el fragmento seis: “es necesario que lo que es para decir y para pensar sea, pues es posible ser y la nada no es […] pues tu comenzarás [sigo aquí la sugerencia de Cordero] por este primer camino de investigación, y luego por aquel forjado por los mortales que nada saben, bicéfalos, pues la carencia de recursos conduce en sus pechos al intelecto (nous) errante. Son llevados ciegos y sordos, estupefactos, gente sin capacidad de juicio (akrita), que consideran que ser y no ser son lo mismo y no lo mismo”. Se trata en esta caso de “una senda revertiente o que vuelve al punto de partida (palintropos, que vuelve atrás).
¿Qué significa este mensaje (mytho) que la diosa desconocida trasmite a Parménides? Siguiendo nuestra clave de lectura, podríamos interpretarlo de este modo: en el mundo de la doxa no es posible pensar (noein) ni decir (legein) porque se trata de un sendero que no lleva a ninguna parte (vuelve atrás); el pensamiento y el decir intentan atrapar lo que es (el ente) pero, al carecer del hilo conductor del ser se extravían y confunden (acríticamente) el ser con el no ser (como si fuesen “lo mismo y no lo mismo”) pues toman cada cosa como separada en su sustantiva presencia. En cambio, para “el hombre vidente” o “el hombre que sabe” (frag. 1, 3), a quien se le ha revelado (desocultado) el ser, se abre un camino (el camino del ser) que permite al pensar y al decir avanzar persuasivamente
Hagamos aquí una breve parada en el camino para preguntarnos ¿de qué nos habla la diosa desconocida a través de Parménides? Antepongamos a esta pregunta esta otra ¿a quién le habla la diosa desconocida? Comencemos por intentar responder a esta última: la diosa desconocida nos habla a nosotros, los que buscamos el conocimiento y lo buscamos recorriendo un camino incierto, entre el mito y el logos, que con el tiempo tomará el nombre de filosofía. Jugando con las palabras, el conocimiento tiene su fuente en lo desconocido (la diosa desconocida); pero también si suponemos que esa diosa desconocida no es otra que la Noche, el conocimiento tiene su fuente en lo nocturno desconocido. Podemos retomar aquí la sugerencia de Gómez-Lobo y leer en paralelo el proemio de Parménides con la Teogonía de Hesíodo: describiendo el movimiento de la Noche y el Día, Hesíodo dice que
“uno [el Día] llevando a los terrestres la luz multivalente; a Hipnos [sueño], hermano de Tánatos [muerte], la otra, en sus brazos: la Noche funesta, envuelta en nube brumosa. Allí, los hijos de la Noche sombría tienen sus casas: Hipnos y Tánatos, dioses terribles; y nunca sobre ellos Helios resplandeciente, con sus rayos, pone la vista, cuando al cielo sube o desde el cielo desciende” (Hesíodo, Teogonía, 755-761)
Los que buscan el conocimiento comienzan su camino a partir del desconocimiento o, dicho, con mayor rigor, a partir de otro conocimiento, el conocimiento oscuro y nocturno del sueño y la muerte. Ese conocimiento nocturno está referido al ser en su relación y en su no relación, en su diferencia, con el ente. Es allí en donde surge un nuevo conocimiento, el del pensar (noein) según el ser.