El
rey filósofo y la vida en común de los guardianes. Por Carlos
A. Casali
En el libro V
de la República Platón recurre a la
imagen de la ola para abordar tres temas difíciles de aceptar en la medida en
que contrarían el sentido común. La primera ola aborda la dificultad presente
en el planteo de la no diferencia entre los guardianes en lo que respecta a la
naturaleza de hombres y mujeres; la segunda, plantea la comunidad de vida entre
los guardianes, es decir, la no diferenciación entre mujeres e hijos como
propios; la tercera, postula el gobierno de los filósofos. Veamos cómo se van
desarrollando estas olas sucesivas, de qué modo las presenta Platón y qué
función cumplen sus argumentos dentro del universo discursivo de la República.
En el comienzo
de este libro V se van creando ciertas expectativas, cierto clima de misterio
respecto de los temas que se van a tratar. Las prevenciones de Sócrates
respecto del tratamiento de estos temas parecen estar referidas a la escasa
evidencia que tienen sus argumentos: “cuando […] se expone una teoría, como yo
lo hago, con desconfianza y como quien investiga, está uno en posición
peligrosa y resbaladiza” y aclara que el peligro consiste en “dar el resbalón
fuera de la verdad” (450 e; en lo que sigue, citamos por la edición bilingüe de
UNAM, 1971). Y no sólo eso, sino que también Sócrates tiene prevenciones por la
naturaleza misma de los temas abordados, respecto de los cuales, o “se dudará
de que sea realizable lo que se diga”, o “aun suponiéndolo hacedero, podrá
dudarse de que sea lo mejor” (450 d). ¿De qué temas se trata? De “cómo ha de
ser la comunidad de mujeres y niños entre guardianes, y cómo ha de ser la
crianza de los pequeños en el período intermedio entre su nacimiento y el
principio de la educación” (450 c).
Sin embargo,
el conflicto planteado entre el saber fundado en la costumbre y el saber que se
fundamenta en el lógos, no le da
todavía la victoria a este último, puesto que la posible comunidad de hombres y
mujeres guardianes encuentra todavía un obstáculo: que “entre la naturaleza de
la mujer y la del varón hay una enorme diferencia [diapherei]” (453 b). ¿En qué consiste este obstáculo? ¿Cuál es su
consistencia? En que los argumentos quedan enredados en cuestiones de palabras
[ónoma] y no tienen en cuenta el
sentido [lógos] (cfr. 454 a). De modo
que, si se pregunta de modo correcto por la diferencia entre el hombre y la
mujer, se puede observar que “hay […] en la mujer y en el varón identidad de
naturaleza en lo que atañe a la vigilancia de la ciudad, sólo que es más débil
en un caso y más fuerte en el otro” (456 a). De este modo, la diferencia natural entre hombres y
mujeres (“que las mujeres paren y los varones procrean”, 454 e) resulta indiferente respecto de una diferencia política que no es posible
establecer razonablemente.
La primera ola
que Sócrates logra superar mediante su argumentación consiste en establecer una
identidad de naturaleza entre hombres y mujeres respecto de su aptitud para cumplir
con las funciones del guardián de la pólis:
“que las mujeres de nuestros guardianes, por tanto, se desnuden, ya que se
cubrirán con la virtud [areté] en
lugar del vestido” (457 a). Se hace visible así aquello que ocultan los
vestidos y que la desnudez revela, del mismo modo que las palabras ocultan
también el lógos.
Tras la
primera ola vendrá la segunda. Pero, antes de acompañar a Sócrates en esta
aventura, tengamos en cuenta que la comunidad política que está intentando
pensar encuentra su clave organizativa en cierta armonía de las partes que la
constituyen; es decir, en el modo en que organizan sus diferencias
constitutivas. Mientras que la producción de los bienes que son necesarios para
la vida queda en manos de los artesanos y los labradores, es decir, de los que
trabajan y forman la base de la pirámide social, los gobernantes ocupan el
lugar del vértice y le dan a la comunidad la ley que la organiza. Pero, para
que la ley del gobernante se trasmita al trabajador, hace falta un elemento
mediador: los guardianes de la ley. Dentro de este esquema se entiende cuál es
el sentido de las dificultades que presenta la segunda ola, la que plantea que
las mujeres de los guardianes “serán todas ellas comunes a todos estos varones”
y que “ninguna cohabitará privadamente con ninguno, y que los hijos igualmente
serán comunes, sin que el padre conozca a su hijo ni el hijo al padre” (457 d).
Una vez propuesto el tema, Sócrates se explaya sobre los detalles de un
programa eugenésico destinado a “conservar pura” y a mejorar “la raza de los
guardianes” (460 c); programa que incluye una manera ingeniosa de evitar el
incesto, cosa que resulta difícil cuando se plantea que, dada la comunidad de
vida, es imposible diferenciar entre padres, madres e hijos (cfr. 461 c-d).
Roberto Esposito se ocupa de comentar estos pasajes para sostener que
“alimentaron una lectura biopolítica de Platón llevada a sus consecuencias
extremas en la propaganda ideológica nazi”, aunque advierte que ese programa
eugenésico “no tiene una específica inflexión étnico-racial, ni siquiera
social, sino aristocrática y aptitudinal, y, sobre todo, no tiende a preservar
al individuo, en sentido inmunitario, sino que está claramente orientada, en
sentido comunitario, hacia el bien koinón”
(ESPOSITO, R., Bíos. Biopolítica y filosofía, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, cap.
2 “El paradigma de inmunización”, pp. 85-87). Para no adentrarnos por ahora en
la interpretación que Esposito hace de la biopolítica en clave del paradigma
inmunitario, digamos que eugenesia y aristocracia están estrechamente vinculadas
en la República platónica: lo mejor (aristós) y lo peor imponen una ley
selectiva de mejoramiento en los
procesos de la vida social, del mismo modo que los entes sensibles se esfuerzan
por ascender hacia la perfección de la idea.
Ahora bien,
¿qué es lo que se propone Sócrates mediante esta comunidad de hijos y mujeres?
Evitar el “mal mayor” para la pólis
que consiste en “aquello que la desgarra y hace de ella muchas en lugar de una
sola” (462 b) y no es otra cosa que la individualización de los modos de
sentir. Es para evitar ese mal que Sócrates propone la comunidad de mujeres y
de hijos entre los guardianes, de modo que, a partir de allí, se pueda lograr
“la comunidad de penas y alegrías” (464 a). De modo que “si entre ellos no hay
disturbios [stasis], no hay por qué
temer que los demás ciudadanos promuevan sediciones contra los guardianes o
entre sí mismos” (465 b). A lo largo del desarrollo de su argumentación, Sócrates
logra demostrar aquello mismo que estaba presupuesto en su punto de partida. Si
la vida en la pólis es una vida en
común, entonces, vivir políticamente es vivir comunitariamente y, para
lograrlo, es necesario evitar que la vida se oriente en la dirección de un
interés privado (privado, precisamente, de aquello que es común). Sin embargo,
Sócrates admite que resulta difícil establecer si esa comunidad de vida es más
un ideal irrealizable que una posibilidad real (“sólo resta examinar si es
posible establecer entre los hombres esta comunidad que existe en las demás
especies animales”, 466 d). Podríamos decirlo en estos términos ¿se trata de
una comunidad utópica, es decir, sin lugar en lo real; o, habrá en lo real
algún lugar en el que esa comunidad se realice de modo ejemplar?
Tal vez no sea
casual que Sócrates ubique la posibilidad de esa comunidad de vida de los
guardianes sobre el topos de la
guerra (cfr. 466 d y ss.): lo que hace posible la comunidad de vida se
encuentra en el límite de la vida misma, en el riesgo de perderla. Si, en
situación de guerra (pólemos), el
guardián “abandona las filas o arroja las armas, o hace cualquier otra cosa
semejante, ¿no ha de degradársele, por su cobardía, a obrero o labrador?” (468
a). Esto sostiene Sócrates respecto de lo que podríamos llamar el interior de
la comunidad; es decir, respecto de modo en que deberían “conducirse los
soldados entre sí” (468 a). Respecto del exterior, es decir, frente al enemigo
(frente a aquellos con los que se polemiza o guerrea), Sócrates hace una
diferencia entre griegos y bárbaros y sostiene que sería injusto someter a
esclavitud a las ciudades griegas, cosa que sí está permitida en relación con
los enemigos bárbaros (cfr. 469 b-c). Es más, Sócrates confía en que esa
diferencia de trato respecto del enemigo según pertenezca o no a “la raza
griega” servirá para consolidar la unidad interna de la comunidad frente al
exterior que la amenaza: "¿no debería traducirse en costumbre el respeto de la
raza griega, con la mira de precaverse que puedan caer en la esclavitud de los
bárbaros?” (469 c). Un poco más adelante, el argumento toma una forma más
precisa:
para mí es evidente –sostiene Sócrates- que a las dos palabras distintas
que hay para designar la guerra [pólemos]
y la discordia [stásis], corresponden
dos realidades que son también distintas en razón de sus sujetos. Uno de éstos
se define por la comunidad de familia [oikos]
y de raza [suggenes], y el otro por
sernos ajeno y extraño. Ahora bien, la enemistad entre parientes se llama
discordia, y entre extraños, guerra (470 b).
De todo esto Sócrates concluye que “los pueblos
griegos están unidos entre sí por vínculos familiares y raciales, y que son
ajenos y extraños al mundo bárbaro” (470 c). Más de veinte siglos después, Carl
Schmitt hará de esta distinción entre amigo y enemigo la clave constitutiva de
lo político.
Llegado a este
punto, el discurso argumentativo de Sócrates se ve interrumpido por una
pregunta crucial respecto de “la posibilidad [dynate] de realizar nuestra constitución [politeia]” (471 c). Sócrates advierte que se está ahora frente a
una dificultad aún mayor que las dos anteriores, una tercera ola que consiste
en la tesis del gobierno de los filósofos.
Sócrates
recuerda a sus interlocutores que lo que vienen investigando es “la naturaleza
de la justicia” y que la finalidad de esa investigación es “tener un modelo [paradigma]” y que está fuera de
propósito “demostrar que esos modelos pudieran realizarse”. Se trataba de
trazar “en palabras [lógos] el modelo
de la ciudad excelente” y Sócrates afirma que el diseño de ese modelo no pierde
nada de su valor por el hecho de que no se pueda demostrar la posibilidad de realizar
el modelo: “¿Es posible –se pregunta- ejecutar una cosa tal y como se la
enuncia? ¿O estará más bien en la naturaleza de las cosas que la acción [práxis] tenga menos contacto con la
verdad que la palabra [lógos]?” (473
a). Entonces, si esto es admitido, Sócrates puede afirmar su posición mediante
el argumento de que no es necesario describir la posibilidad de realizar el
modelo sino la de realizar una ciudad que se le aproxime lo más posible (es
decir, no se trata de demostrar que el modelo inteligible puede tener
aplicación en la realidad sensible, sino que la realidad sensible puede ser
dirigida hacia el modelo inteligible). Y a esta ciudad posible se llega
mediante el recurso de introducir algunos cambios dentro de las ciudades
existentes que están totalmente alejadas del modelo. Esos cambios se pueden
reunir en uno sólo: “que concurran en el mismo sujeto el poder político y la
filosofía”, pues “sin esto, no podrá nacer jamás, en la medida en que es
realizable, […] la ciudad que hemos trazado de palabra” (473 d). La tesis
resulta escandalosa en la medida en que contraría la opinión común y Sócrates
la defiende argumentando respecto de qué se entiende por “filósofo”.
En primer
lugar, del filósofo diremos “que apetece la sabiduría, no en parte sí y en
parte no, sino por entero” (475 b). En segundo lugar, “que aman el espectáculo
de la verdad” (475 e). Pero, en la medida en que la verdad se expresa en la
idea, el filósofo es aquel que ama la idea y, en esto, se diferencia de otros
que tienen pretensiones de saber pero no saben; del mismo modo que, los que
duermen difieren de los despiertos en que estos últimos disponen de un saber
muy particular que consiste en cierto desdoblamiento de la percepción: la
percepción del que sueña consiste en que “uno, dormido o en vela, no tome lo
semejante a algo como su semejante, sino como aquello mismo a que se asemeja”;
la percepción del que está despierto consiste en que “reconoce que hay algo
bello en sí mismo, y es capaz de percibir a la vez esta belleza y las cosas que
de ella participan, sin confundir con ella las cosas participantes, ni a ella
con estas cosas” (476 c-d). Al estado mental del durmiente Sócrates lo llama
opinión (dóxa) y al del despierto conocimiento
(gnosis). Ahora bien, en la medida en
que “el conocimiento [gnosis] se
refiere al ser [al ente], y la ignorancia [agnoia],
de necesidad, al no ser [no ente]”, la opinión resulta un estado intermedio
entre la ignorancia [agnoia] y el
saber [episteme] (477 b). La opinión
queda entonces en una situación intermedia en varios sentidos: entre el saber y
la ignorancia; entre el puro ser y el absoluto no ser; entre la luz y la
oscuridad (478 c-d).
De estos
argumentos Sócrates concluye que los que opinan “se complacen en oír bellas
voces y contemplar hermosos colores” pero, “no soportan la idea de que lo bello
en sí es algo real” (480 a).
Reunamos ahora
los tres argumentos desarrollados por Sócrates mediante la imagen de las tres
olas. Para que el sentido de ese desarrollo argumentativo se vea con mayor
claridad, deberíamos comenzar por el final: si el saber del filósofo ha de
gobernar la pólis para conducirla
hacia la mayor perfección que le sea posible, entonces será necesario que el
mundo de los guardianes se organice en una vida en común capaz de recibir ese
gobierno sin distorsiones (en términos de nuestro sistema político actual
diríamos que, para que el Estado pueda constituirse en un centro de mando
soberano, es necesario que el pueblo se organice en sociedad civil);
finalmente, para que los guardianes puedan tener una vida en común, es
necesario que la diferencia natural
entre hombres y mujeres sea diferenciada
de la diferencia política. Con lo
cual, el argumento vuelve sobre el filósofo como aquel que estando despierto
sabe diferenciar entre el modelo y la copia que se le asemeja.
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