jueves, 29 de abril de 2010

Mito y logos



Mito y logos. Por Carlos A. Casali.
Un problema filosóficamente interesante se presenta cuando nos preguntamos por qué la filosofía surge en Grecia y en determinado momento histórico y no en otro lugar y en otro momento cualquiera. La pregunta está directamente vinculado con esta otra: qué cosa es la “filosofía”, cuya trayectoria histórica comienza allá, lejos en el espacio y en el tiempo y cerca de nuestro pensamiento. Comprender el alcance y las características de la pregunta implica haber entrado ya dentro del círculo de la filosofía, de su particular manera de orientarse dentro del pensamiento y de orientar al pensamiento dentro de sus laberintos discursivos en la búsqueda de una respuesta inevitablemente provisoria, pues nunca se sale de un laberinto sino es por arriba (Leopoldo Marechal, dixit), es decir abandonado la búsqueda dentro del laberinto y, lo que es peor, sin haber dado muerte al monstruo que nos persigue y nos fascina con su pregunta sin respuesta definitiva.
Entremos entonces dentro del círculo laberíntico de la filosofía y ubiquemos su origen geográfico e histórico entre el mito y el logos.
Puesto que el mito es un relato sobre el origen, conviene a la naturaleza del círculo comenzar por allí (¿será una mera tautología afirmar que el comienzo mismo afirma ese origen como tal, que no comenzamos por el origen, sino que al comenzar establecemos ese origen como tal?). Mito es una palabra que se puede vincular con el verbo griego myein cuyo significado es “'abrir y cerrar' los ojos en un acto de contemplación, por ejemplo ante la luz”. Aunque “el objeto contemplado no es claramente penetrable por esa mirada humana, por esa pupila, que sin embargo en el acto dinámico de ‘abrir y cerrar’ sigue siendo determinada por la luz” (Carlos A. Disandro, Tránsito del mythos al logos, La Plata, Ediciones Hostería Volante, 1969, pp. 23-24). La palabra “mito” tiene estrecha relación con “misterio” y “mística” y tiene, también, otro curioso significado de carácter más general: significa “palabra”, del mismo modo que también significa palabra el término “logos”. Estamos buscando entonces el origen de la filosofía en el tránsito del mito al logos o en su articulación, en el tránsito articulado y laberíntico entre dos formas de la palabra, la palabra que dice el mito y la palabra que expone el logos.
Logos”, por su parte, significa a la vez palabra y pensamiento y, de un modo más primario, reunión, selección; de modo que “logos” es la palabra en cuanto expresa un significado en la articulación del lenguaje y a través de esa articulación misma, mientras que el mito hace presente en su palabra aquello que no puede estar plenamente a la luz del día (o a la luz selectiva del logos).
Ahora bien ¿qué es lo que no puede, digamos por definición, estar plenamente a la luz del día? Las posibilidades son múltiples y podríamos decir que las diferentes tradiciones culturales de los diferentes pueblos construyen sus relatos míticos en torno de estas “oscuridades” múltiples. Sin embargo, lo que está en los orígenes de la filosofía en la articulación entre el mito y el logos es, precisamente, la relación de la palabra –la del mito y la del logos- con el origen. Y, puesto que la función cultural y política del mito es decir el origen (“el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’”, Mircea Eliade, Mito y realidad, Madrid, Guadarrama, 1968, p. 12), habrá que ver con mayor detalle en qué términos se plantea en aquel mundo griego a la vez lejano y cercano el problema del origen (y el origen mismo de nuestro problema: ¿qué cosa es la filosofía?). Recurramos a Hesíodo para buscar una respuesta y para situar el origen de la filosofía en esa articulación entre mito y logos que se produce en Grecia hacia el siglo VIII a.C.
Hesíodo afirma en su Teogonía que en los comienzos del mundo existente, lo primero fue Abismo (“primeramente [prótista], por cierto, fue Abismo [caos]”). Se suele ubicar a Hesíodo del lado de un pensamiento que todavía no ha abandonado el mito pero que, sin embargo, está en el límite de lo que será la transición o articulación del mito con el logos y esta peculiaridad de Hesíodo está vinculada con tres elementos presentes en ese breve fragmento: por un lado, la remisión del comienzo a un tiempo que tiene estrecha relación con el presente (mientras que “poemas como la Ilíada y la Odisea se mueven en un pasado absolutamente indeterminado e indefinido, en el ancho campo del ‘érase una vez’, que no guarda ninguna relación esencial con el presente”, la pregunta de Hesíodo “‘¿Qué fue lo primero que existió?’ está decididamente relacionada con el presente”, Olof Gigon, Los orígenes de la filosofía griega, Madrid , Gredos, 1980, p. 23); en segundo lugar, la relación de ese comienzo con la realidad tomada en conjunto y no con una de sus partes (se trata aquí de la genealogía de los dioses, es decir del orden de su sucesión, del principio ordenador del cosmos); en tercer lugar, la idea abstracta de que eso que está el comienzo es la condición de posibilidad de lo que viene después (“caos” significa apertura, tal como se abre la boca al pronunciar la palabra). Podríamos comparar esta formulación todavía mítica de Hesíodo del comienzo (aunque sea discutible si Hesíodo está todavía sumergido dentro de la atmósfera cultural del mito; Gigon, por ejemplo, sostiene que “el primero al que podemos llamar filósofo es precisamente un poeta, Hesíodo de Ascra en Beosia”, p. 13) con el fragmento en el que Anaximandro, según Simplicio, “fue el primero que introdujo este nombre de ‘principio’ [arkhé]” para indicar aquello que está al comienzo del ordenamiento de lo real y lo sostiene y establece a la vez ese principio ordenador como algo abstracto (apeiron, lo que no tiene límites, ilimitado, indefinido, infinito). Si nos preguntamos ahora qué es lo que diferencia el pensamiento y la palabra todavía mítica de Hesíodo del pensamiento y la palabra ya filosófica de Anaximandro, tendremos que buscar en el logos la respuesta y, con mayor precisión, en la vinculación entre el logos y el ambiente cultural de la pólis. “Entre la política –sostiene Vernant- y el logos hay […] una estrecha relación, una trabazón recíproca. El arte político es, en lo esencial, un ejercicio del lenguaje; y el logos, en su origen, adquiere conciencia de sí mismo, de sus reglas, de su eficacia, a través de su función política” (Jean-Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, Buenos Aires, EUDEBA, 1979, p. 39).
Entonces, en la articulación entre mito y logos de la que veremos surgir a la filosofía queda transpuesta y transfigurada la palabra mítica, que funda el ordenamiento del mundo según un origen lejano e inalcanzable, en la palabra que dice ese orden según el orden fluyente –discursivo- y argumentativo del logos.


Sobre este tema puede verse
http://www.hieroslogos.com.ar/filosofia-antigua/del-mythos-al-logos-i-la-racionalidad-del-mito/

martes, 20 de abril de 2010

Cronología y geografia del pensamiento antiguo

Para ubicar en el tiempo y el espacio el surgimiento y desarrollo de la filosofía antigua a través de sus diferentes escuelas y corrientes de pensamiento se recomienda consultar la página Educastur